El Lecho

     La habitación está iluminada por una luz tenue, en la cama entre sábanas vaporosas, ella duerme plácidamente. Su cuerpo al desnudo deja al descubierto su piel tersa, blanca, cual porcelana. Quisiera naufragar por el montículo de sus caderas, y como bajel, anclar en el puerto de su tibio vientre; recorrer sus interminables piernas con mis ardientes labios, acariciar su pecho como pétalos de rosas, y acurrucarme en su cuello oloroso. Besar el lóbulo de sus orejas, enredar mis dedos en su larga cabellera dorada, aquella en donde los pájaros se posan para cantar, y la cual el astro ilumina cada mañana. Su cuerpo desnudo es poesía. 

     Sus ojos son verdes, claros, como una laguna diáfana que toca mi alma. Me invita a sumergirme en sus profundas aguas y embriagarme del elixir del amor... ¡Oh! Claro estero que se posa a los pies del morichal sereno. Sus labios rosados, suaves, son como copos de algodón de azúcar que recorren mi cuerpo. Sus manos finas, de dedos delgados, son la más pura caricia; parece un ángel bajado del éter que vino a tocarme con su vara de oro, para quedar impregnado de su dulce amor, para conquistar mi cálido corazón...


     Yo quiero que sigas en mi vida, que vivas impregnada en mi piel, dormitada en mis calurosos brazos, y que me regales muchos amaneceres en los cuales despierte y vea esos ojazos tuyos... deja que mis trémulos dedos recorran tu espalda y que mi boca se pierda en tu firme busto. Sí, besa mis labios hasta desgastarlos, ellos te pertenecen, son tuyos y de nadie más. Olvida el mundo a nuestro alrededor; solamente importamos tú y yo. Eres lo más bonito que me ha pasado...

     Caluroso, acogedor, agradable... así está el lecho en donde yace nuestro amor, lugar donde nos elevamos al cielo libres como aves que emprenden vuelo llegando a la gloria; como pequeñas fogatas que se vuelven llamaradas de fuego de pasión y deseo ¡Oh! Lugar donde prevalecen nuestras más gratificantes fantasías...

Shh... ¡Bésame! Comencemos de nuevo...




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