Cosas que no son cuento...

     Hace mucho tiempo atrás, cuando yo aún no había nacido ni pensaba siquiera hacerlo, sucedió esta rocambolesca historia... Todo comenzó una mañana a mediados de junio, el sol iluminaba el verde monte haciéndolo parecer cual preciosa esmeralda, las florecillas silvestres aromatizaban el ambiente, y a lo lejos, se escuchaba clarito el agua del río. El vital líquido, casi en un susurro, parecía develar sus más íntimos secretos. A su vez, la hojarasca contaba las anécdotas de los jóvenes amantes, sobre todo aquellos que se citaban a orillas del río.

     Esa tierna mañana de junio, cierta joven paseaba por las cercanías del río Brito, lo curioso de todo esto es que iba montada en un burro... sí, así mismo como iba Sancho Panza al lado de Don Quijote. La muchacha, buenamoza, tenía la cabellera azabache y los ojos pardos. Se encontró ese día con un hombre, que a juzgar por las apariencias, parecía campesino. El hombre al verla quedó impresionado con su belleza, a demás de su apariencia, pues la joven lucía una camisa blanca, una falda floreada, y por si fuera poco, unas alpargatas. Los jóvenes quedaron flechados, se enamoraron a primera vista.

     A partir de ese día los encuentros fueron más frecuentes. Su punto de encuentro, muy famoso por cierto, eran "las lajas de Brito", como le decían los habitantes. Se trataba nada más y nada menos que de una piedra grande cercana al arroyo, y en donde dicen que hasta la misma Maniña la vieron dormida allí. Más de una vez el joven le cantó un verso a la muchacha, le regaló flores y le expresó cuánto la amaba. Se casaron y tuvieron 7 hijos. Esta no es la historia de cómo Simón Díaz consiguió a Mercedes a orillas del río, ¡No señor! Sino de cómo se conocieron mis abuelos.



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