¡HELP!
¡Ayúdame! Lo he vuelto a hacer de nuevo. Estaba sola en casa, tú disfrutabas con tus amigos y no quería molestarte con mis tonterías. Me miré en el espejo, una lágrima amarga corrió por mi pálido rostro, y con la mirada taciturna, intensa, llena de maldad, comencé a odiar mi cuerpo. Estoy gorda, o al menos así me veo...
Caminé al baño algo desorientada, mis manos con los nervios a millón sostenían una hojilla, y, con valentía comencé a marcar mis muñecas. La sangre fluía caudalosamente con un rojo intenso de color grana. En ese instante vi todo borroso y me dejé caer en las lustrosas baldosas del baño, hasta que mis ojos se cerraban ante la inmensa cortina de humo que me impedía distinguir la luz al final del túnel.
"¡Ana! ¡Ana! ¿Por qué me haces esto?", exclamaba James mientras su novia ingresaba a la sala de emergencias del Hospital Central. Afortunadamente la muchacha logró salir de peligro, si hubiese ingresado unos minutos más tarde al hospital, no viviría para contarlo.
La habitación en donde se encontraba Ana estaba medio oscura, a su lado, aferrado a sus manos inertes, besándolas, acariciándolas, se encontraba James. Cabizbajo, sollozaba en silencio, le pedía a Dios por la salud de su novia. En ese instante ella pronunció vagamente su nombre, entreabrió los ojos y le ofreció disculpas por haber hecho lo que hizo.
—Amor, no te disculpes. Yo tuve que estar ahí contigo en ese momento en el cual tu más me necesitabas.
—No te preocupes cariño, tú eres y serás "Mi Ángel", ¿cuántas veces no me has ayudado a superar mis trastornos alimenticios?— Shhh... no digas más, eso no importa— Dijo él poniendo el dedo índice en los labios pálidos y fríos de la joven. Después le dio un beso preñado de amor.
Los padres de Ana no aprobaban la relación que mantenía su hija con el joven, para ellos él es el responsable de la conducta de ella. Lo cierto es que James ha sido un apoyo incondicional para la muchacha, la ha ayudado muchas veces para que supere la anorexia. Un buen día la joven volvió a recaer...
Ana llegó a su casa histérica; como siempre sus padres no estaban en casa. Subió las escaleras con desasosiego. Se encerró en su cuarto, rasgó las ropas que tenía puestas, se miró al espejo aborreciendo su cuerpo, y la mirada intensa, malévola, reinaba en su rostro... sabía que era el día y la hora ¿El día para qué? ¿La hora de qué? Simple: el día y la hora para morir.
La joven agarró un jarrón que tenía en su cómoda y lo lanzó con todas sus fuerzas hacia el espejo, los pedacitos de vidrios caían como lluvia de diminutos cristales. Tomó un trozo grande y comenzó a marcar varias veces sus piernas y brazos; cegada por la ira contempló por un momento las marcas en sus muñecas, con aplomo volvió a marcarlas... No sentía dolor, compasión ni temor.
Cerró los ojos y se dejó caer en la cama, sintió descender a lo más profundo del mar, al instante que ascender a lo más alto del cielo, volando libre de toda maldad. Pero herida, ardiendo en llamas, sin nadie que la rescatara de esa situación... sintió que su cuerpo se despedazaba en mil pedazos, que era incapaz de recibir una herida más; incapaz de crear una coraza que la protegiera de todo peligro. Desesperada, retorciéndose en la cama, gritaba un nombre... ¡James! ¡James! La sangre ardía, quemaba, era dolor y satisfacción al mismo tiempo. Estaba ardiendo en ira y rencor... James no llegó a tiempo, esta vez no pudo salvarla...
"Ahora tú serás Mi Ángel, te perdono y dejo ir en paz...", decía James con la vista en el cielo.
No permitamos que historias como estas se conviertan en realidad, seamos un gran apoyo para aquellas personas que pasen por esta situación; no seamos un obstáculo en su camino sino un "ÁNGEL" que ayudemos a estas personas a transitar por el sendero de la vida y el éxito.
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