El Éxtasis
Era una hermosa mañana, el sol se colaba por los amplios ventanales del cuarto, y ahí recostada en su cama se encontraba ella... parecía una santa ataviada con sus túnicas impolutas. Estaba dormida, entregada plácidamente a los férreos brazos de Morfeo, con una inocencia reflejada en el rostro. Su tez suave, caucásica parecía pura como una rosa blanca. Recostada en su lecho, con sus vestiduras inmaculadas, dejaba al descubierto sus manos y pies descalzos.
— ¡Oh, Morfeo, no la retengas más en tu mundo onírico! ¡Por favor que despierte! —Decía alguien escondido en las sombras del aposento.
La habitación amplia, iluminada por los rayos del alba, parecía celestial. Había una melodía clásica de fondo, como el cantar de ángeles en la gloria del Señor. Un tenue olor a jazmines se desbordaba por la alcoba, y de vez en cuando, la brisa fresca intensificaba el olor de las flores. Era el escenario perfecto para que se anunciara la persona que yacía en la oscuridad.
De pronto, la mujer se despierta de su sempiterno sueño y se percata de la presencia de aquel ser que se esconde en la penumbra del cuarto.
— ¿Quién anda allí? ¡Muéstrate ante mí!—Se incorporó un poco en la cama— ¿Pretendes pasar desapercibido todo el día?
—Oh, bella dama, no os asustéis de mí. Vengo enviado por alguien muy especial para usted....
— ¿Cómo? ¡Por favor, no me hagas esperar! ¡Muéstrate!
En ese instante sale de las sombras casi flotando en el aire... era un perfecto ángel con vestiduras blancas y un vivo color rosado en las mejillas. El ser alado portaba en su mano derecha una saeta dorada, finamente labrada con el más puro oro. A su vez, la flecha resplandecía con un brillo intenso.
—Oh, ¡Qué bello querubín!— Dijo la mujer exaltada.
—He venido a entregarle este regalo de Dios.
En ese momento, el ángel flotó hasta el lecho de la joven apuntándole al corazón con su flecha. La mujer, con los ojos entreabiertos, sintió el más casto éxtasis que albergaba en su pecho. Pensó que estaba flotando entre copos de áureas nubes, mientras sus vestiduras se mecían suavemente. "Oh Señor, gracias por haber tocado mi corazón con tu gracia pura...", dijo la mujer extasiada.
Todavía se escucha la música clásica, se percibe el olor de las flores y la luminosidad del día. La santa yace recostada en la cama, a su lado, se encuentra el querubín contemplando su gozo... el escenario perfecto para esta obra.
— ¡Oh, Morfeo, no la retengas más en tu mundo onírico! ¡Por favor que despierte! —Decía alguien escondido en las sombras del aposento.
La habitación amplia, iluminada por los rayos del alba, parecía celestial. Había una melodía clásica de fondo, como el cantar de ángeles en la gloria del Señor. Un tenue olor a jazmines se desbordaba por la alcoba, y de vez en cuando, la brisa fresca intensificaba el olor de las flores. Era el escenario perfecto para que se anunciara la persona que yacía en la oscuridad.
De pronto, la mujer se despierta de su sempiterno sueño y se percata de la presencia de aquel ser que se esconde en la penumbra del cuarto.
— ¿Quién anda allí? ¡Muéstrate ante mí!—Se incorporó un poco en la cama— ¿Pretendes pasar desapercibido todo el día?
—Oh, bella dama, no os asustéis de mí. Vengo enviado por alguien muy especial para usted....
— ¿Cómo? ¡Por favor, no me hagas esperar! ¡Muéstrate!
En ese instante sale de las sombras casi flotando en el aire... era un perfecto ángel con vestiduras blancas y un vivo color rosado en las mejillas. El ser alado portaba en su mano derecha una saeta dorada, finamente labrada con el más puro oro. A su vez, la flecha resplandecía con un brillo intenso.
—Oh, ¡Qué bello querubín!— Dijo la mujer exaltada.
—He venido a entregarle este regalo de Dios.
En ese momento, el ángel flotó hasta el lecho de la joven apuntándole al corazón con su flecha. La mujer, con los ojos entreabiertos, sintió el más casto éxtasis que albergaba en su pecho. Pensó que estaba flotando entre copos de áureas nubes, mientras sus vestiduras se mecían suavemente. "Oh Señor, gracias por haber tocado mi corazón con tu gracia pura...", dijo la mujer extasiada.
Todavía se escucha la música clásica, se percibe el olor de las flores y la luminosidad del día. La santa yace recostada en la cama, a su lado, se encuentra el querubín contemplando su gozo... el escenario perfecto para esta obra.
Comentarios
Publicar un comentario