Grito de esperanza

     La mañana comenzó con un silencio que impregnaba en el ambiente, el sol salía poco a poco dejando entrever el círculo luminoso de su halo. Las calles desiertas, llenas de escombros por doquier y los lóbregos edificios en ruinas, cobraban vida con los rayos del alba. Las pocas construcciones que se mantenían en pie, casi intactas, lucían envejecidas con un color gris insípido. De vez en cuando, una brisa suave levanta el polvo del suelo creando un pequeño remolino. En el aire se percibía el funesto olor a muerte, y en el rostro de las personas, la escalofriante sensación del miedo.

     Los individuos que se encontraban en el humilde pueblo se asomaban a duras penas por las ventanas, temerosos de ver pasar el peligro. Las mujeres, con su indumentaria que tapaba su cuerpo y el velo sobre sus cabezas, caminaban aferradas a sus hijos para buscar el alimento del día. Sus semblantes lucían cansados con un dejo de tristeza en la mirada. Si algo pedían a gritos los habitantes de este poblado, era que reinara la paz en el lugar. Deseaban con todas sus fuerzas vivir en libertad, sin sentirse presos ni subordinados por los uniformados. 

     La reconstrucción de toda la ciudad, el cese de la guerra, la alegría de sus hijos y las propias, era el único fin de los sobrevivientes.

     Esa mañana Noak Barker, se despertó como de costumbre. Al abrir los ojos y ver la luz que entraba por la ventana agradeció a Dios por estar un día más con vida; sobre todo por el arduo trabajo que desempeñaba diariamente. Noak era un hombre estadounidense de unos 30 años, quien tenía como profesión el Periodismo de Guerra. Realizó sus estudios en la Escuela de Estudios Superiores de Periodismo de la Universidad de Berkeley, California. Desde pequeño siempre supo que quería ser periodista, en el transcurso de la carrera decidió especializarse en el Periodismo de Guerra. 

     Al levantarse se dio una ducha de 15 minutos, desayunó e inmediatamente comenzó a limpiar sus herramientas de trabajo: sus cámaras. Era un apasionado por la fotografía, logró retratar con su lente grandes hechos impactantes y conmovedores. Sabía que este día pasaría algo muy importante, su avezado olfato de periodista lo intuía. La presión que sentía en el pecho le indicaba que algo malo iba a ocurrirle... 

     Cuando llegó al terreno de los acontecimientos comenzó a retratar lo que veía, colegas suyos estaban en el lugar con el mismo objetivo: captar los hechos. Las personas corrían a refugiarse, las madres lloraban al pie de los cuerpos inertes de sus hijos, los hombres buscaban entre los escombros sobrevivientes, y los niños capturados pedían piedad a los uniformados que portaban armas largas. La escena era desgarradora, un pueblo entero pedía a gritos LIBERTAD.

     De pronto, uno de los militares encapuchados agarró a un niño a la fuerza, en su idioma le preguntaba si era terrorista. El infante, de unos diez años de edad, lloraba. Temblando del miedo le respondió "No, por favor señor, no soy ningún terrorista. No me haga daño ¡Suélteme!" En eso su madre como una leona que defiende sus crías, fue a socorrer a su hijo. El cruel uniformado le dio un cachazo, la arrojó al piso y volvió a sujetar al infante de la camisa para seguir reprendiéndolo. 

     En ese momento el lente de Noak capturó el hecho, preso de la impotencia no podía hacer nada, ya que las represalias contra él serían terribles. Cuando el militar estuvo a punto de accionar el arma, el periodista gritó "¡Alto! ¡Alto! ¡Suelte a ese niño!" El encapuchado efectivamente soltó al menor, quien corrió despavorido junto a su madre. El soldado se dirigió hacia Barker apuntándolo con un rifle de mira calibrada que poseía. "¿Periodista? ¿Crees que con ese chaleco antibalas que te identifica como tal te va a ayudar?, ¡Pobre infeliz!"

     Noak, con el corazón latiendo a millón, le mostró sus credenciales, pero el soldado hizo caso omiso a lo que le mostró. Con un golpe certero en la cabeza lo derribó, le propinó varias patadas y le dijo con sarcasmo "Este es tu último día periodista, aquí mandamos nosotros... con tal, uno menos de su gremio, nadie lo notará..." A lo que el hombre respondió "Que Dios pueda perdonar el terror que ustedes han desatado en este humilde pueblo porque sus habitantes ni yo los podemos perdonar". Sin más palabras el militar accionó el gatillo del arma y lo mató sin clemencia. Un disparo certero en la frente bastó para arrebatarle la vida a Noak Barker. 

     Si estuvieras en la misma situación ¿Qué harías? ¿Das la voz de alto y salvas al pequeño o haces caso omiso a lo que pasa a tu alrededor?












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