Cuando toca decir Adiós...

     
Aeropuerto Internacional de Maiquetía Simón Bolívar


     Esta mañana despedimos a mi amigo David, las lágrimas acudieron a mis ojos como un profuso arroyo que sigue su cauce sin parar; las gotas saladas corrían por mis encendidas mejillas como brisa fresca en medio de las brasas. El abrazo fraternal no pudo faltar, no se marchaba cualquier persona, se marchaba mi gran amigo de la universidad. Más que un amigo, despedía a un hermano.

     Estaba acompañado esa tarde de Oriana, Idderf y María, quienes sollozaron, al igual que yo, ante la repentina partida de David. Nuestro amigo se iba en busca de un mejor futuro, una mejor seguridad, salud y empleo. Sobre todo, se iba para ayudar a su madre con los gastos del hogar y a su hermano con sus estudios de bachillerato, ya que el padre un 31 de diciembre partió de esta tierra dejándolo a él a cargo de la casa.

     Por más que hablé con él para que terminara su carrera, no quiso escucharme, iba por el séptimo semestre de Comunicación Social ¿habrá infundido en él los nervios? ¿la situación del país? Quizás, lo cierto es que todas sus anécdotas y experiencias de vida se resumieron en dos maletas que llevaba consigo al momento de cruzar la frontera. En esa dos maletas llevaba las esperanzas de conseguir un empleo y el sueño de culminar su anhelada profesión. Aunque el miedo quiso paralizarlo por un momento, estoy seguro que supo hacerle frente y encarar el cambio que venía en su vida.

     Es indudable la situación política-económica-social que atravieza Venezuela, de un lado estamos las personas buenas, quienes queremos trabajar y sacar a nuestro país adelante. En cambio, del otro lado, están las personas que tienen miedo, quienes están aferrados al poder, pero saben que nosotros somos más y que queremos una nueva Nación. Es preciso señalar un fragmento del libro "Casas Muertas" de la magistral pluma de Miguel Otero Silva:

     "Los que mandan son cuatro, veinte, cien, diez mil. Pero los otros, los que soportamos los planazos y bajamos la cabeza, somos tres millones (...) Venezuela no tiene otra salida sino echar plomo. El civilismo de los estudiantes terminó en la cárcel. Los hombres dignos que han osado escribir, protestar, pensar, también están en la cárcel, o en el destierro, o en el cementerio. Se tortura, se roba, se mata, se exprime hasta la última gota de sangre que hay en el país".

     Merecemos vivir en paz, despertar en paz, sentirnos en paz. No es justo que tengamos que despedir a nuestros familiares, amigos, seres queridos, por las malas gestiones del gobierno actual. Los jóvenes no se van porque quieren, se marchan con el corazón partido porque ven con pesar que su moneda está devaluada en comparación con la de otros países; se van porque el paupérrimo sueldo mínimo que ganan no les alcanza para satisfacer sus compras. El salario está pulverizado por el fantasma de la inflación galopante.

     Los jóvenes se van dejando atrás a sus familiares, quienes enfrentan con gallardía el quiebre de las instituciones, comercios y servicios públicos. La juventud se marcha dejando atrás a los abuelos que no consiguen medicinas, a los padres amorosos que los esperan con ansias, a los hermanos leales, a los amigos de vida, a la gran tierra llamada VENEZUELA.

     Después que despedí a David un mes de diciembre del año 2017, dos meses después a mi amiga y vecina Loida, quien partió en busca de un futuro mejor para su hija.

     Que la famosa obra cinética del maestro Carlos Cruz Diez, llamada "Cromointerferencia del color aditivo" reúna a todos aquellos jóvenes que se han marchado algún día con sus seres queridos. Que las lágrimas sean de felicidad y no de tristeza.

     Los jóvenes no se van porque quieren, se marchan con la ilusión de regresar algún día al país.




     

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