La Agonía del Hambre

     
"Todo lo vence el hombre, menos el hambre"-Séneca



     Entreabría la mañana con un aire frío que me calaba hasta los tuétanos. La gélida brisa que provenía del Ávila dejaba un rastro en el ambiente de olor a césped húmedo, ya que la noche anterior llovió un poco. A pesar de la temperatura, un calor sofocante me incendiaba la garganta, era como bajel de fuego que naufragaba por mi faringe, luego por el esófago, hasta anclar en las entrañas de mi estómago. Allí, el oleaje de los jugos gástricos me golpeaba las paredes del mismo, como el mar embravecido golpea a las rocas en la playa.


     Desde lo más recóndito del estómago, al unísono, casi en un eco, el crujir de las tripas clamaba desesperadas por un poco de comida. Sí, un poco de alimento que calme el hambre tan voraz que tengo. Ayer pasé todo el día sin comer, y por lo visto, hoy también correré con la misma suerte. Con un mendigo pan y un vaso de agua pasé todo el día y toda la noche. Y pensar que así ha sido estas dos semanas.



     El hambre es lo peor que puede haber en el mundo. Te quita las energías, te consume, te vulnera, te humilla, te aniquila, te exprime hasta la última gota vital del cuerpo... el hambre es la cara más famélica y paupérrima de la miseria. Es la sombra constante del desnutrido, el marginado, el abandonado, el pobre... en pocas palabras: es la muerte en vida de quien la padece.


     Tenía un trabajo que tuve que dejar en una panadería porque el sueldo no me alcanzaba para nada, mucho menos en un país con políticas económicas erradas, en donde la moneda ya no tiene peso por la fuerte desvalorización. Mi mujer un buen día se marchó y mi hijo tuve que dejárselo a mi madre porque no tengo cómo mantenerlo. Ahora vivo al margen del río Guaire, caudaloso cauce que otrora tenía unas diáfanas aguas, la gente acudía a él para bañarse o lavar la ropa. Hoy, es un vertedero de basura, escombros, residuos que provienen del desagüe de las casas de la ciudad caraqueña.

     La primera vez que entré al Guaire una fiebre ardiente me mantuvo en cama por una semana. Ya sus aguas no surten efecto en mi organismo ni en mi piel. Diariamente escarbo a orillas del río en busca de oro, plata, o en su defecto cobre. Metal este muy comercializado en estos tiempos. Cuando estoy de suerte y logro conseguirlo, lo vendo a un buen precio, consigo unos "churupitos" que me alcancen para comprar algo de comida... ¡Dios! Y pensar que muchas personas al igual que yo no tienen qué comer, hurgan en la basura o por sorteo deciden a cuál hijo alimentan por día.

     ¿Hay derecho que una Nación tan rica en petróleo, gas, minerales, fauna, flora, esté pasando por esta situación? ¿De qué me sirve que el Ministro de Desarrollo Minero Ecológico diga que Venezuela tiene la cuarta reserva de oro más grande del mundo si no se invierte adecuadamente? El pueblo se muere lentamente de hambre, no se consiguen medicinas, los servicios públicos están colapsados, no hay efectivo circulante en las calles, las protestas abundan por doquier... ¿que nos queda? ¿alzar la voz? ¿para que el día de mañana quieran enviarme a la cárcel? No nos merecemos esto; merecemos vivir en paz, despertar en paz, sentirnos en paz.

     Espero que esto algún día llegue a cambiar, mejore para bien y no para mal. Ya he llorado bastante, estoy casi hasta los huesos, he vivido momentos felices y amargos. Me queda resignarme, continuar trabajando para llevarme el pan a la boca, bajar la cabeza y seguir aguantando los planazos. Tan solo espero que el pueblo se despierte del letargo en el cual está sumido y pueda hacer algo. Yo sí creo que se puede hacer algo. yo sé que llegará la luz que sacará al país de la zozobra y la penumbra en la cual se encuentra. Ese día temblaran muchos ante la LIBERTAD de una Nación...




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